Hoy soy una gota de lluvia que cae, va cayendo. Y aterrizo en una hoja de pino que quiebra mi morfología conocida. El viento dispersa las semillas y rebotan a los lugares más recónditos del bosque. Es la gota salida de un glaciar contemplada por los grillos, y ahora son icebergs derritiéndose alrededor del mundo. Amanezco como roció paralizado en el ocaso, color naranja que me hace invisible, mágico al abrir los ojos. Aterriza en mi color un arcoíris y me transporta a la constelación más dulce. En mi última partícula, me fundo con el néctar y me deslizo suavemente sobre tu piel. En el trayecto, dibujo un mapa con tus detalles y te contemplo hasta que se hace de noche. Al caer en tus pies, me absorbes lentamente. Voy desapareciendo en tus senderos y con la última bocanada, tu piel: mi piel.
Los rayos de luz quedan verdes al pasar por la ventana, e hilvanan una canoa que me lleva contra la corriente, atravesando toda tu anatomía. En un abrazo final, soy el oxígeno que da vida. Convertido en viento sobrevuelo la marea del follaje y una ola gigante me envuelve en una orquesta. Serenamente todo termina y quedo enterrado en la epidermis de la tierra. De día a noche en un segundo, recostado entrando en el sueño de mi propia abstracción, quedo más que nunca a una distancia de millones de años luz. Al despertar, me respiras a tu universo, y soy un planeta orbitando tus misterios. En el ocaso aterrizo en una vertiente y viajo a través de los rayos de sol a tu mirada. En la primera estación eléctrica comienzo el viaje por toda la galaxia sembrando esquirlas de sol. Esa claridad iluminando cada rincón oscuro, conecta los sentidos con el dialogo de la unicidad.
Mis manos se derriten en montañas que forman la corteza que ahora es mi piel, en grietas sinuosas que en la lluvia se transforman en ríos. Sentir mis brazos al cielo levantando mi silencio al respirar y gradualmente hundir mis pies en la tierra. Ya no soy yo. Que, desde una vista al horizonte, todo cambio, en la simple acción de no ignorar, soy el observador y el observado. Ahora, tus manos, mis hojas, en cada abrir y cerrar los ojos van cayendo, van danzando, se mueven de diferentes formas y colores, recorriendo la experiencia de muerte y vida. En la cima, la columna vertebral de la tierra que nos mira. Abrigada por las nubes, establecida en meditación, respira conscientemente el oxígeno de nuestro pulmón, contemplando el silencio como una canción.
Así fue, al comienzo mis huellas eran de arena, en la simple brisa y cada paso yo gradualmente nosotros. Silvestre en una sincronía. Sentado espalda con espalda, apago mis ojos de un canal con baja señal. Ir mas allá, cuando un abrazo orbita la costa de mi isla. Se ordena el océano en una melodía que solo hay que callar para escuchar. Desembarca en mis vertebras un haz de luz que trasciende mi carne; una simbiosis de mi espíritu con el espíritu de las cosas. Y así caigo, nuevamente, como una gota de lluvia que aterriza por casualidad en las olas del mar. Por un instante sentir la arena, y luego la sal, que me llevan, a mi hogar.
Tamashī no deai – 魂の出会い – Encuentro de almas
Escrito el 30 de marzo 2020, Potrero de los Funes – San Luis, Argentina.