No quiero detenerme. Podre ir más rápido o más lento, pero decido siempre dar un paso. No quiero ser otro, quiero ser yo aun cuando abandone el barco, cuando naufrague en la isla. Vivimos en un hermoso mundo, no es mío ni de nadie; solo puedo decir que es perfecto para nosotros.
Antes de nacer, de abrir los ojos, éramos un estandarte mecido por el viento, en una batalla que solo las ruinas y los musgos susurran. Ahí estuve, y quizá todavía estoy, serpenteando un recuerdo mientras alrededor solo existe silencio y muchos ecos que van y vienen. Me convertí en fuego, mis huesos ardían en el manto de un párrafo que ahora es un libro en mi medula. Me convertí en roca y me encontré bajo el agua, en un rio azul de la sangre que hoy es de la tierra, y son esas esquirlas de sal que recorren mis venas, las que miran en los espejos del mineral dejándome ver las gotas petrificadas de un momento que se reflejan en mis ojos. Y ahora, solo instante grabado en el vidrio de la ventana.
Vengo de aquí, de lo que de a ratos quiero olvidar. Ya pasaron miles de noches luego de abrir los ojos. Pasaron muchos otoños, ya perdí la cuenta y aun en el día de hoy, en cada hoja seca puedo escuchar el crujido que tiñe mi café en tono sepia, me toma el día y suelta en el caminar de una desvelada orilla.
Creo que no he nacido ni eh muerto. Existo de los fragmentos desperdigados del quiebre en las cuerdas de un instrumento. Melodía que resuena en el tiempo, se expande en el espacio de un eterno resplandor. Palpitando un milagro al vivir luego de la muerte. Una ola que se separa y va; sigue yendo a otro lado, otra tierra.
Siempre en mi mente, en mi corazón, en mi espíritu, en mis ojos, en mi piel. En todas partes, cualquier lugar, cualquier horario, aquí hora. Nada está perdido y yo soy testigo. Lo que se creía inalcanzable e imposible, aquí esta; bajo mi piel, en los puentes que quiero crear para vibrar a mis sentidos, regresando al instrumento que alguna vez fue. Y yo ahí, palpitando otro corazón, naciendo y muriendo, definiciones obsoletas que caen sin gravedad al centro del planeta.
Estoy acá, con todo lo que puedo cargar en mi mochila y con todo lo que mis partículas resuenan. En mis zapatos puede haber piedritas. Entre mis cosas algún objeto extra. Puedo llevar errores, puedo perderme en el laberinto, puedo caerme. Puedo, porque me estoy levantando de los mensajes que los ecos cantan para mí y allá voy; a un reencuentro que solo las almas conocen.
Y ahora en pie; cada noche; los colores de la sonoridad vendrán a mí, vivos y brillantes. Daré mi mensaje en la frecuencia más alta: Abracadabra, que comience el acto.