Mis raíces ingresan a la tierra. Me nutro en la oscuridad de la noche y abro los ojos al silencio. Estoy otra vez por aquí, buscando respuestas vestidas de luciérnagas. Ahí estas y no sabes que estoy atrás tuyo. Me acerco lentamente abriendo mis alas, de un vuelo que me lleva a tus ramas. Abrazo la corteza que desliza la agonía en mi piel. Me inyecto las espinas de la rosa del perfume más dulce y siento el desgarro de mi propia decisión.
Un abrazo que envuelve mi garganta de enredadera. Abrazo que lastima mis manos, y la sangre que recorre por nuestros cuerpos. Liquido de consciencia que nos da calor. Lágrimas de sal purifican el alma y quitan el moho. Antídoto el que me permite abrazar al vuelo en mi caída. Estoy aquí, ingresando a tu madera. Estoy aquí, lágrimas en tu espalda.
Me corta el aire, me aprieta el cuello y mi corazón canta suavemente una canción. Una hermosa agonía, hermoso momento, dolor después del veneno. Atraviesa mis huesos las espinas y corta mis alas mi otro yo. Soy yo, si yo, quien toma el veneno, yo quien abraza, yo quien da amor y grita por el desgarro. Se quiebra mi alma, se quiebra mis lágrimas, se quiebra mi voz, y yo sigo abrazando tomando el adiós y grito, solo grito hasta que se quiebra el tiempo.
Caigo, voy cayendo envenenado, pero he sanado la madera, y en parte ese es mi reflejo. He muerto, en una caída que solo yo se, que solo yo puedo contar el impacto y de mis días latiendo junto a la tierra bajo las hojas secas, ansiando; primavera.