Escuchar la lluvia, sentir la lluvia y ver la lluvia
me llevan a tu lado;
a recuerdos que nunca pasaron
sabores que no probamos
en atardeceres sin colores
a lunas llenas eclipsadas.
En la inquietante sensación de extrañar lo que no paso.
Y en varias direcciones como una tela de araña,
tocarlo todo,
inundar todo de nostalgia,
en lo que eramos en conjunto,
al sentir frió,
calor,
un sabor,
un beso,
una mirada,
un abrazo,
una charla,
un paisaje
una despedida.
Cae la lluvia suave, lento, rápido, ligero y fuerte,
en todas sus intensidades y dimensiones.
Las gotas hacen una pausa y vuelven a caer,
me recuerda a nosotros en las facetas que compartimos
y en la intensidad de nuestros días.
La tierra se moja, se nutre y crecemos como plantas,
luego como arboles,
comenzando con las distintas etapas del crecimiento,
en la especie que nos toca,
nos ramificamos
y dibujamos como niños,
el árbol de nuestros sueños.
La lluvia nos da vida como nos recuerda el unisono de nuestro encuentro.
Recorremos el espiral del tiempo sin dirección alguna,
manteniendo el origen de nuestra mirada.
Están los truenos, relámpagos y rayos
sonando para nosotros, en esa noche todavía no vivida
como en una tormenta de verano de Buenos Aires que parece que se cae el mundo.
Puedo verte enredada entre las sabanas,
con un mate y unas cookies,
en el placido instante de una perfección construida por lo natural que conlleva la energía del hogar,
y por esa lluvia,
el plus de la magia naciente al compartir nuestras manos.
Y soy una gota de lluvia deslizándome sobre tu piel,
evaporizandome lentamente en el viaje
Volviendo sin gravedad al oxigeno en tus pulmones,
y te siento.
Nuestros átomos se mezclan,
y sentimos la composición de la estructura molecular de un sentimiento.
Estamos en otro lado,
en el quiebre del espacio,
compartiendo una experiencia
una historia, utópica.
~ Escrito el 29 de Enero 2020, Buenos Aires – Argentina.